domingo, 16 de septiembre de 2007

Huracanes II

Suspendimos clases. Vino el huracán Félix. Algunos profesores no llegaron porque llovía mucho por la zona. Estuve ahí, realmente, no llovía tanto. Nosotros (el profesor de matemáticas y yo) llegamos a la escuela con tranquilidad. La catástrofe fue mínima: algunos charcos, una que otra gripa o gripe. Hay quien piensa que una brizna es índice de un diluvio (o pretexto). ¿Seguirán de picos pardos o la vocación se les tambalea?

Vocación, bah, pienso en un fragmento del capitulo II del Periquillo Sarniento de Lizardi:

“...«sólo la maldita pobreza me puede haber metido a escuelero; ya no tengo vida con tanto muchacho condenado; ¡qué traviesos que son y qué tontos! Por más que hago, no puedo ver uno aprovechado. ¡Ah, fucha en el oficio tan maldito! ¡Sobre que ser maestro de escuela es la última droga que nos puede hacer el diablo!...» Así se producía mi buen maestro, y por sus palabras conoceréis el candor de su corazón, su poco talento y el concepto tan vil que tenía formado de un ejercicio tan noble y recomendable por sí mismo, pues el enseñar y dirigir la juventud es un cargo de muy alta dignidad, y por eso los reyes y los gobiernos han colmado de honores y privilegios a los sabios profesores; pero mi pobre maestro ignoraba todo esto, y así no era mucho que formara tan vil concepto de una tan honrada profesión”.

Sólo por memoria, lo anterior fue publicado, si no me equivoco, en 1816. Las cosas no han cambiado mucho. Por qué me habré metido de escuelero. ¡Ah!, esta honrada profesión.
6 de septiembre de 2007

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